 |
| Vista parcial de mi biblioteca |
Una vez jubilado (ya han transcurrido 8 años largos desde mi jubilación, cómo pasa el tiempo), una de mis tareas favoritas es ordenar mi biblioteca. La tengo ubicada en el trastero. Entre las diversas opciones que se ofrecen para ordenar las bibliotecas, he optado por un método sencillo: inventariarla por orden numérico, es decir, a cada volumen le asigno un número (1, 2, 3...). Al hacerlo, voy colocando los volúmenes de literatura (las enciclopedias y otras colecciones van aparte, en otro inventario) en los estantes según el orden numérico establecido. En las colecciones (por ejemplo, premios Nobel de literatura, obras de Julio Verne, etcétera) respeto el orden de los libros tal como viene en la colección. Luego voy escribiendo los datos de cada libro en un cuaderno (número de orden, título, autor). Una vez terminado el inventario, lo trascribo del cuaderno manuscrito a una hoja Excel en el ordenador. Mi biblioteca consta de 689 volúmenes, 500 de los cuales son libros de literatura y los 189 restantes se encuadran en enciclopedias, colecciones, atlas, etcétera. Ahora me resulta muy fácil buscar a los autores y autoras que me interesan, filtrados por orden alfabético en hojas impresas. Aunque lo más emocionante es el proceso de manejar (quizá la palabra más precisa sea manosear, pero esta palabra no me gusta mucho) cada volumen para hojearlo, evocar recuerdos y vivencias, ponerle la etiqueta protegida por una tirilla de Cello y colocarlo en la balda correspondiente.
