Cambio de hora
ANKARA (TURQUÍA), JULIO 2007.
Hoy, para mí, empieza el invierno. Mi particular invierno dura exactamente cinco meses, desde últimos de octubre a últimos de marzo, con la llegada de la primavera y el nuevo cambio de hora. A partir de hoy, los días se empequeñecen y las noches se alargan. La vida cotidiana toma otro rumbo más sosegado, más hogareño. Claro que lo del sosiego es relativo: dentro de unos días ya es Navidad, además de en El Corte Inglés, en todos los comercios, ávidos de presentarnos unas fechas entrañables vestidas de rosa y sazonadas de dulces y mentirosos cuentos, que nos interesa -hasta cierto punto- creer, pues todo debe funcionar: las ventas, el consumo, los regalos... La cantinela de los empalagosos villancicos, usados como engañoso reclamo, se nos volverá insoportable. Las grandes comilonas y los excesos gastronómicos estarán a la orden del día, y correrá el cava... Algo que, por repetido, no dejará de sorprendernos. Los buenos deseos inundarán la Tierra... pero no pararán las guerras ni cesará el odio. Al contrario, todo seguirá exactamente igual o, probablemente, algo peor. Al final, sólo habrá sido un dulce autoengaño.