viernes, diciembre 24, 2010

Fuerzas centrífugas y centrípetas

Fuerzas centrífugas y centrípetas
  
Joven con pensamientos confusos
                                                  
                                                                  
    El marasmo en el que algunas veces mi psique se encuentra es debido a una colisión de fuerzas opuestas que la paralizan, sumiéndola en un estado de confusión e inapetencia. Ella proyecta estados futuros en un sentido y en otro: unos -centrífugos- la llevan a proyectar vivencias nunca antes experimentadas, nuevas, pero que se la antojan inconsistentes y banales; otros, centrípetos, la conducen a lo familiar, a lo cotidiano, a lo ya vivido y experimentado; a lo seguro y contrastado. Y estos estados se alternan con frecuencia; pasando de uno a otro en cortos periodos de tiempo. A veces, ella (mi psique) cree que ha alcanzado una solución definitiva, y una de las fuerzas ha prevalecido sobre la contraria, llegando a un equilibrio. Y entonces reposa... pero luego vuelve a la carga y vuelta a empezar. Es como un trastorno bipolar; como la maldición de Sísifo. Como una cinta sinfín que vuelve, vuelve y vuelve...
    ¡Feliz Navidad, amables lectores!


lunes, octubre 04, 2010

Indeciso

Indeciso

Mafalda

    ¡Qué bien cuando lo que hacemos se corresponde con lo que queremos o deseamos! El conflicto surge cuando no sabemos exactamente qué hacer o qué camino tomar. En ese punto llega la duda y el malestar: la indecisión. Si tomo este camino, adónde me lleva; si tomo el contrario, adónde... El problema se agrava a medida que la decisión que, inexorablemente, hay que tomar es de mayor importancia. 
    Por ejemplo, una decisión que sabemos que nos va a condicionar los próximos años de nuestra vida; una decisión que, una vez tomada, no admite marcha atrás. ¿Y si nos equivocamos?... Lo peor es que no tenemos referencias porque se trata de una vivencia personal e intransferible, que sólo sabremos que hemos acertado o nos hemos equivocado cuando ya la vuelta atrás sea imposible.
     Me vienen a la memoria aquellos versos de Antonio Machado: "A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una". Esa voz interior, diáfana, de la que nos habla el poeta no puede engañarnos, pero habrá que prestar mucha atención para distinguirla de las otras.


lunes, febrero 15, 2010

59 años

59 años

Una señora enchufa su radio
    No sé lo que podrá verse en los próximos 59 años. Quizá el ritmo del progreso sea tan acelerado que las tecnologías más sofisticadas de hoy queden tan obsoletas como un televisor de blanco y negro de mi adolescencia. Los que nacimos recién iniciada la segunda mitad del siglo XX hemos tenido la suerte de conocer un enorme progreso tecnológico, y también la inmensa fortuna de poder disfrutarlo. 
    Cuando vivía con mis padres en Piñel de Abajo (Valladolid), don Paco, el cura, montó un teleclub en un salón anejo a la iglesia. No recuerdo bien si, para que te dejara entrar, había que saberse primero el catecismo. Allí los chavales disfrutábamos de las series infantiles de Televisión Española.  Aquellas series eran emocionantes, y a mí, cuando las veía, me entraba un nerviosismo -una mezcla de intriga, ansiedad, temor, no sé- desconocido hasta entonces. La retransmisión de la boda de Balduino y Fabiola fue de lo más sonado. 
    Llegó la televisión en color siendo ya mozo. Aquello era lo nunca visto; me quedaba embelesado viendo en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos las imágenes en color; era asombroso. 
    Cuando mis hijas eran adolescentes, compré un ordenador 486 con sistema operativo Windows 95, por supuesto sin conexión a Internet, todavía balbuciente, para que ellas se iniciaran en las nuevas tecnologías. En los quince años siguientes, he comprado otros dos ordenadores fijos y un portátil, ahora ya con acceso a Internet por banda ancha. Recientemente, una tele en color con pantalla plana. 
    Si comparara lo que pudo disfrutar en ese periodo de tiempo, en cuanto a nuevas tecnologías se refiere, una persona que tuviese 59 años cuando yo nací, la comparación resultaría especialmente odiosa. Esa hipotética persona quizá hubiera disfrutado solamente de una radio, de esas de tamaño enorme, cúbicas, suspendidas en una pared de la cocina mediante unas palomillas. Ni siquiera de transistor. 
    Este post - que escribo en mi ordenador portátil- se lo dedico a Miriam, mi hija, que ahora dice que me lee cuando va a tomar un café en una cafetería con "zona wifi" desde la minúscula pantalla de su teléfono móvil.