Compradores compulsivos
Vivimos en una sociedad en la que, aparentemente, "todo" se puede comprar. Eso sí, hay que disponer de dinero. Así que, teóricamente, si dispusiéramos de dinero, "todo" estaría al alcance de nuestras manos. ¿Pero, aun en el caso de que, efectivamente, "todo" lo que se nos antojase lo pudiésemos comprar seríamos, por ese simple hecho, mejores, más felices, más sabios? En primer lugar, hay un problema de tiempo: es limitado y no da para disfrutar de todo. Pongamos, por ejemplo, que nos apasiona leer. ¿Podríamos leer todo lo que nos apetece? Seguramente, no. Siempre tenemos necesidad de priorizar. Siempre.
En mi caso, dispongo de una biblioteca bastante nutrida que, probablemente, nunca leeré. Sin embargo, cuando la iba adquiriendo me parecía que iba a poder disfrutar de todos aquellos libros tan interesantes. Podría decir lo mismo de la música que tengo almacenada. Lo único que se ajusta más al binomio deseo-consumo son los vídeos de que dispongo.
Con el paso del tiempo, me he ido desengañando de los reclamos publicitarios y antes de ceder al impulso de comprar, prefiero reflexionar sobre la utilidad de la compra. Además, ya casi no dispongo de espacio en casa. Quizá una buena solución es aprovechar los préstamos de la Biblioteca Pública o, en el caso del cine, visitar el videoclub de la esquina.
Con el paso del tiempo, me he ido desengañando de los reclamos publicitarios y antes de ceder al impulso de comprar, prefiero reflexionar sobre la utilidad de la compra. Además, ya casi no dispongo de espacio en casa. Quizá una buena solución es aprovechar los préstamos de la Biblioteca Pública o, en el caso del cine, visitar el videoclub de la esquina.